Hasta que la muerte las separe

Mi abuela Lita vivió cincuenta y tres años con la prima Estela. Mamá decía que vivían juntas para abaratar el alquiler. En cambio, papá me contaba que la convivencia era una forma de hacerse compañía, porque ninguna de las dos había conseguido casarse. Y como una versión no contradecía a la otra, crecí sin dudar de ninguna de las dos.

Durante años fui a tomar la leche a lo de mi abuela. Siempre las miraba cuando me preparaban la chocolatada. Se metían las dos en la cocinita y mientras una batía la leche y el polvo, la otra me ponía vainillas en una bandeja. A veces se chocaban y una le ponía un brazo en la espalda a la otra, como pidiendo perdón. Yo creía que las unía un cariño parecido a la necesidad. Que se daban la mano porque las mujeres tienen permitidas ciertas demostraciones de sentimientos que la hombría vedaba a los hombres. O que los sábados hacían reuniones con otras señoras concubinas y se ponían corbatas solo para inventar los maridos que quisieran tener.

Me acuerdo el momento exacto cuando pregunté por qué Lita y Estela dormían en una cama grande. Mamá se quedó quieta con los platos llenos de detergente y la canilla corriendo. Papá la miró a mamá. Entre los dos me explicaron que su dormitorio era bien chiquito y una cama matrimonial entraba mejor que dos camas simples, pero que no se me ocurriera preguntarle eso a ellas, las podía ofender por tener poco espacio. Pero los nenes no conocen la discreción, así que una vez que me puse a mirar tele con mi abuela en la cama, me ganó la curiosidad. Ella se rió y me contestó que hay amores que no entran en una cama chica.

Hace diez años, cuando se promulgó la ley de matrimonio igualitario, Lita y Estela fueron las primeras del pueblo en ejercerla. Colgaron un portarretratos enorme con la foto del civil en la cocina. Al lado pusieron encuadrada la libreta de matrimonio, en la que vi por primera vez el apellido de la prima Estela. ¿De quién era prima la prima si no había nadie más con ese apellido en la familia? Cuando exigí saber, mis padres me dieron más respuestas dudosas: que «prima» es una forma cariñosa de decir «amiga» y que el matrimonio era para que ambas pudieran compartir la misma obra social, ahora que ya estaban jubiladas.

Tengo veinte años y vengo del crematorio de mi abuela. Estela murió hace tres meses, Lita no aguantó la casa ella sola. Veo tanto espacio vacío y pienso cómo nunca me di cuenta de todo el amor que habitaba esos cuartos. Que Estela pintó las paredes hasta el último año que pudo subirse a una escalera, que tenían fotos de las dos en todos los muebles, que la repisa está llena de los libros que se regalaban y no hay uno solo sin dedicatoria, que Lita llevaba en la billetera un rulo de cuando Estela tenía veinticinco años. Cómo nunca racionalicé eso que todos callaban y yo no sabía nombrar.

Hoy me enteré, en medio de abrazos y parentela, que mis tíos habían querido desalojarla a la prima Estela, porque «le gastaba el sueldo a la abuela». ¿Sería eso o sería que hubieran preferido que la abuela gaste su sueldo en un hombre, o mejor, que un hombre se gaste el sueldo en ella? Sea cual fuere, cuando ellas se casaron, la orden de desalojo que mis tíos habían conseguido firmar de forma poco elegante quedó sin efecto. Entonces, es cierto que un papel no garantiza el amor pero cuando el amor desborda, un papel te garantiza derechos.

18 comentarios sobre “Hasta que la muerte las separe

  1. Sencillamente maravilloso. No solo el tema, que de por sí ya lo es. Hay que unirle la tensión narrativa, la sencillez y orden del lenguaje, el uso perfecto del estilo indirecto y ese final perfecto y reivindicativo.
    Lo dicho, felicidades por esta pequeña maravilla.

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