Escrito a las mujeres del siglo veintidós

Por estos años en Argentina, por no decir en el mundo, se puso muy de moda la palabra feminazi. Según la rae (que asoma la nariz para opinar sobre el habla de toda América como si cruzara un charquito y no el océano) el término se usa despectivamente con el significado de feminista radicalizada.

En primer lugar, dijeron radicalizada, una palabra que genera confusión porque no solo hace referencia a una persona partidaria de reformas extremas sino también al ala radical del feminismo. Entonces ¿se insulta a las feministas por ser extremistas o se insulta al feminismo liberal llamándolo radical? Sinceramente, no creo que quien insulte gritando feminazi se haya molestado en leer los orígenes del feminismo, o sepa que tuvo diferentes olas desde sus inicios, y menos tenga idea de que existen varias corrientes de pensamiento dentro del mismo movimiento (bastante distinguidas y distinguibles entre sí). Por eso mismo, la rae no debería meter los dedos en Twitter para definir con ambigüedad un concepto tan sensible.

Y para justificar por qué creo que la rae debería llamarse al silencio voy a resaltar algunos datos que aparecen en su propia página web: el Pleno de la Real Academia Española está conformado por 46 académicos (entre los cuales figuran también los que componen la Junta de Gobierno). De esas 46 sillas, solo el 17,4 % está ocupado por mujeres (es decir, 8 lugares). Y del total de los académicos, solo el 4,3 % tiene menos de 60 años (es decir, 2 personas). Creo que estos datos hablan perfectamente por sí solos.

Por otro lado, me pregunto qué querrá decir la gente cuando habla de extremismo. ¿Que se puede reclamar justicia por femicidios sin pintar las paredes? ¿Que se puede abogar por la legalización del aborto sin ofender creencias religiosas ajenas? Que se le puede enseñar a los chicos a prevenir embarazos no deseados pero sin definiciones, sin explicarles en serio, sin pervertirlos. Y que la homosexualidad está bien, si pobrecitos, no tuvieron padres que los educaran bien. Y por supuesto que puede haber feministas, aunque en realidad ni hacen falta, si yo a mi mujer la mantengo y vive bárbaro. ¿Me hablaste de femicidios? ¡Ah…! Bueno, qué sé yo, fueron pibas con mala suerte. Igual, yo no pienso dejar de chiflar por la calle, ¿por qué no le puedo decir a una mina que es linda? Si en el fondo le gusta que le mires el culo, se viste así a propósito. Y además, las feministas son todas unas lesbianas que no se depilan, yo no me caliento con una así toda peluda, ¡mirá si todas las mujeres fueran así!

Entonces, chicas del futuro, todo termina siendo una cuestión de semántica. Lo que para unos se asemeja al nazismo para otras es el comienzo del fin del patriarcado. En la Inglaterra de comienzos del siglo pasado, se usaba el término suffragette para discriminar a las activistas por el derecho al voto femenino radicalizadas del resto de las sufragistas más moderadas. Hoy, alejados de ese momento histórico, esa palabra es el orgullo de las mujeres inglesas por haber sido una de las naciones precursoras en tal reclamo.

No sé si feminazi va a evolucionar de igual forma o si caerá en el olvido social. Lo que sí sé es que ustedes van a leer sobre nosotras. Y no solo eso: van a ser las que sigan agitando las aguas para que este lago se haga mar. Porque la última feminazi va a desaparecer el día que no tenga razón de ser. El día que no nos maten y nos dejen en un descampado. El día que el aborto no sea una condena a desangrarnos en la clandestinidad. Cuando todos sepan cómo se usa un preservativo o la pastilla anticonceptiva, y nadie se asuste al escuchar vasectomía o preservativo femenino. Cuando homosexual y pervertido no aparezcan en la misma oración. Quizá en algún momento la mujer golpeada ya no sea una pobrecita, ni la feminista una lesbiana, ni la lesbiana una peluda, ni la peluda una mugrienta.

Supongo que mi vida no va a alcanzar para presenciar todo esto. Pero sí alcanza para gestarlo.